La escasa calidad nutricional y sus efectos en la población reclusa

Xandra Romero Casas

El derecho a la alimentación está contemplado por el Informe de la Comisión Internacional de Derechos Humanos que declara que “cada detenido debe tener garantizada una adecuada provisión de comida diaria, de suficiente valor calórico y nutricional”, sin embargo, y aunque por ley estos menús deben adaptarse a determinadas patologías como la diabetes, hipertensión, celiaquía etc. no hay constancia de que el menú en las instituciones penitenciarias se adapte a situaciones fisiológicas como sería la gestación y la lactancia además de déficits nutricionales concretos como por ejemplo los bajos niveles séricos de vitamina D por la escasa exposición solar. Asimismo, no se adecúa ni las características sexuales ni de edad de sus usuarios.

Por otro lado, según un estudio realizado por el Grupo de Enfermería Sociedad Española de Sanidad Penitenciaria (GESESP) se ha demostrado que las enfermedades crónicas han sustituido a las enfermedades infecciosas como la principal causa de muerte entre la población encarcelada. Varios estudios revelan que la población encarcelada es ahora una población envejecida, con sobrepeso en un porcentaje significativo y con una alta prevalencia de enfermedades relacionadas con el estilo de vida, concretamente, las principales causas de mortalidad durante el año 2011 en el ámbito penitenciario fueron las cardiovasculares con un 19,5% de las muertes totales ocurridas, siguen en frecuencia con un 10,7% las de origen digestivo (asociadas mayoritariamente a procesos cirróticos); después las de origen respiratorio 7,4% y en cuarto lugar las tumorales 6,7% (cáncer de pulmón, cáncer orofaríngeo y esofágico principalmente).

Según otro estudio de 2014 sobre prevalencia de enfermedades crónicas y factores de riesgo en población penitenciaria del estado español, 1 de cada 2 reclusos presentaban algún tipo de patología crónica. La mayor prevalencia es para las dislipemias (34,8%); hipertensión arterial (17,8%); diabetes (5,3%); asma (4,6%); EPOC (2,2%); cardiopatías isquémicas (1,8%) y patologías cardio-circulatorias (1,5%). Asimismo, se reveló que los principales factores de riesgo eran el tabaquismo, la obesidad en un 51,9%, la distribución abdominal de grasa en un 17,2%, el consumo de cocaína y la edad.

De modo que, si los factores de riesgo y las enfermedades derivadas se encuentran en estrecha relación con el estilo de vida, cabe prestar atención al tipo de alimentación que reciben los reclusos, sobre la que se dispone de poca información tanto en relación a como se organiza el servicio de alimentación en las instituciones penitenciarias, y mucho menos aún sobre cómo es percibido por sus usuarios.

De forma general, en los espacios de reclusión los reclusos son alimentados por la institución porque así lo determina la misma, labor derivada de las leyes y normas que rigen nuestra sociedad.

El suministro de una dieta sana y equilibrada nutricionalmente, pero aceptable para el consumidor, son factores evidentes que deben ser considerados en cualquier operación de servicio de alimentos. Por eso, tal y como ocurre respecto a otro tipo de establecimientos de restauración colectiva (colegios, residencias de ancianos etc.) la alimentación se ajusta a lo regulado por la ley sobre salubridad, calidad y cantidad. Sin embargo, la adecuación del tipo de comida, frecuencia alimentaria y adaptación de los menús al colectivo específico y sus necesidades concretas, parece que deja bastante que desear.

Según lo que puede extraerse de varios estudios que han analizado la adecuación de los menús en prisiones del estado español, la queja más común de los reclusos es la repetición de los menús, que son semestrales (el de invierno y el de verano).

El menú está conformado por dos platos y postre, acompañados de pan y agua y las cantidades vienen fijadas por el espacio de las bandejas.

Por ejemplo los desayunos incluyen café con leche, en polvo, o sucedáneo de chocolate. Magdalenas con o sin pasas. O pasta de hojaldre rellena de crema, cabello de ángel o chocolate. Trenza o croissant una vez por semana.

Todo esto se acompaña de un bollo de pan y embutido normalmente mortadela 5 días a la semana y jamón york o del país 1 ó 2 días.

En cuanto al aporte energético y a las fuentes de energía del menú, contienen habitualmente un exceso de grasa (41,3% del total) y un déficit en hidratos de carbono (41,7% del total) de calidad y exceso de azúcares simples derivados de la bollería industrial principalmente. El exceso de grasas coincide además con la detección de un uso excesivo de fritos y rebozados en los segundos platos.

Además, el estado nutricional inadecuado de una gran parte de los reclusos podría verse explicado por el régimen impuesto por el ambiente penitenciario en donde la alimentación es inadecuada, considerando una dieta poco balanceada, y a lo que se añaden los altos niveles de sedentarismo.

Todo esto, pone en evidencia la existencia de dificultades y retos sobreañadidos que son propios de este entorno y que afectan directamente a la salud de este sector de la sociedad. La brecha existente entre las propuestas institucionales y las prácticas y percepciones de los usuarios podría verse reducida con algunos cambios sencillos y económicos como por ejemplo la reducción de carnes y el aumento del consumo de legumbres, que contribuirían a una mejora nutricional así como una mayor variedad en el menú y la adaptación del mismo a todos y cada una de las situaciones tanto patológicas como fisiológicas.

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